UNA CONFUSIÓN COTIDIANA
Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión  cotidiana. A tiene que cerrar un negocio con B en H. Se traslada a H para una  entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y se jacta en  su casa de esa velocidad. Al otro día vuelve a H, esta vez para cerrar el  negocio. Como probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano.  Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la  víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Llega al atardecer, rendido.  Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo  de A y que deben haberse cruzado en el camino. Le aconsejan que espere. A, sin  embargo, impaciente por el negocio, se va inmediatamente y vuelve a su casa.  
Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un  momento. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de  la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el  negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en  seguida. 
A pesar de esa incomprensible conducta, B entró en la  casa a esperar su vuelta. Y ya había preguntado muchas veces si no había  regresado aún, pero seguía esperándolo siempre en el cuarto de A. Feliz de  hablar con B y de explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al  llegar tropieza, se tuerce un tendón y a punto de perder el sentido, incapaz de  gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B -tal vez muy lejos ya, tal vez a su  lado- que baja la escalera furioso y que se pierde para siempre.

 
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